[lectura de cinco minutos]
Todos queremos ser la mejor versión de nosotros mismos, pero siempre parece haber algo que se interpone en nuestro camino. ¿Por qué seguimos cometiendo los mismos errores? ¿Por qué nuestro sufrimiento parece durar mucho más de lo que debería? Es extraño decirlo, pero nuestro obstáculo más importante para mejorar no son nuestras circunstancias ni siquiera las personas que nos rodean. Así es como nos tratamos a nosotros mismos cuando fallamos, o incluso cuando experimentamos algún tipo de sufrimiento.
¡Pero eso está bien! Eso no significa que seas una mala persona, y tratarte a ti mismo como si lo fueras es lo que necesita cambiar. Para muchos de nosotros, ese es nuestro primer instinto cuando fallamos: menospreciarnos, insultarnos. Decirnos a nosotros mismos que deberíamos haberlo hecho mejor. Muchos de nosotros no consideramos que la autocrítica tan dura sea particularmente útil, pero de todos modos hemos desarrollado el hábito de castigarnos a nosotros mismos. La razón es que la sociedad, la cultura y las instituciones nos han adoctrinado a tratar la autocrítica con esta alta consideración; pero en realidad, sólo obstaculiza nuestra capacidad de mejorar nuestras vidas y hacer del mundo que nos rodea un lugar mejor.
La autocompasión es el camino mejor y más suave para mejorarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Pero cuando lo escuchamos, tendemos a asociarlo con la autocompasión, la debilidad, la complacencia o el egoísmo. La verdad es que la autocompasión es el antídoto contra estos, pero la mitología que rodea a la autocompasión nos impide darnos cuenta de ello. A continuación se presentan cuatro de los mitos más destacados que rodean la autocompasión y por qué no son ciertos.
1. La autocompasión es una forma de autocompasión
La autocompasión puede parecer otra palabra para referirse a la autocompasión, pero los dos estados mentales son en realidad opuestos. Cuando sentimos autocompasión, nos concentramos en nuestra experiencia y nos convertimos en el centro de nuestra atención, lo que nos lleva a descuidar las experiencias de los que nos rodean. Pensamos: “¿ Por qué mi vida es tan injusta? ¿Por qué las cosas resultaron como lo hicieron? ¿Por qué soy el único que sufre así? Esta mentalidad nos hace sentir solos en nuestras pruebas, como si nadie más entendiera por lo que estamos pasando.
Pero cuando hacemos un esfuerzo por tratarnos con compasión cuando sufrimos, naturalmente comenzamos a considerar el sufrimiento de los que nos rodean. Nuestro monólogo interno cambia a: “¿ Sabes qué? Hay otras personas como yo que también están sufriendo. Incluso hay otras personas que experimentan el mismo dolor que yo, o peor. No estoy solo en esta lucha”. Darnos cuenta de ello nos saca de nuestras cabezas y nos ayuda a sentirnos conectados con los que nos rodean. Una vez que podamos ver nuestro dolor desde una distancia objetiva, podremos comenzar a sanar.
2. La autocompasión es una forma de debilidad
A lo largo de nuestra vida, nos enseñan a tratar las manifestaciones públicas de emociones como vergonzosas o débiles. Esto nos lleva a reprimir nuestro dolor, pensando que una actitud de “tipo duro” es lo que nos ayudará a superarlo. Afortunadamente, la expresión pública del sufrimiento interior es cada vez más aceptable socialmente. Pero antes de que podamos expresar nuestro sufrimiento abierta y honestamente a los demás, primero debemos reconocerlo internamente.
Desafortunadamente, cuando llega el momento de procesar nuestro sufrimiento, la solución intuitiva para muchos de nosotros es mantener ocultas las causas fundamentales de nuestro dolor con la esperanza de que eventualmente olvidemos lo que sucedió. ¿Por qué lidiar con eventos y emociones dolorosas cuando podemos simplemente mantenerlas bajo llave? Pero el dolor inevitablemente resurge, al igual que nuestro impulso de aplastarlo con la autocrítica. “ No seas débil”, nos decimos, pensando que eso nos ayudará a seguir adelante. Pero la verdad es que nuestra implacable autocrítica sólo prolonga nuestro sufrimiento al arraigarlo más profundamente en nuestro interior.
La autocompasión, por otro lado, requiere que nos tratemos con amabilidad y aceptación cuando cometemos errores. Es una forma mucho más eficaz de afrontar el dolor que enfadarnos con nosotros mismos, lo que poco ayuda a aliviar nuestro sufrimiento. Como señalamos anteriormente, practicar la autocompasión nos hace sentir más conectados con los demás y, como resultado, más capaces de perseverar a través del dolor. No sentir que lo estás haciendo solo marca la diferencia y es una de las razones definitorias por las que la autocompasión es una fuente tan profunda de resiliencia y fuerza interior.
3. La autocompasión me hará complaciente
Reflexionar sobre nuestras acciones pasadas es una parte esencial del crecimiento personal, pero tratarnos con dureza en este proceso puede ralentizar o incluso detener la superación personal. Prueba esto: la próxima vez que cometas un error, escucha tu monólogo interior. ¿Estás siendo duro contigo mismo? Note cómo se siente la experiencia. ¡A menudo duele más que el fracaso mismo! Cuanto más nos pateemos cuando estamos caídos, más temeremos el acto de fallar debido a lo que sabemos que seguirá: un ataque hiriente contra nosotros mismos. Esto hace que reflexionar sobre nuestras debilidades sea mucho más difícil de lo necesario, lo que a su vez hace que sea mucho menos probable que trabajemos para fortalecerlas.
La autocompasión sigue un camino diferente. Cuando nos tratamos a nosotros mismos con amor en el proceso de autorreflexión, en lugar de simplemente etiquetarnos e insultarnos, nuestro miedo al fracaso comienza a disolverse. Cuando esto sucede, aprender de nuestros fracasos se transforma en un proceso de humildad y empoderamiento, en lugar de algo que temer. Una vez que hayamos establecido esta mentalidad, podremos analizar con más honestidad nuestras debilidades, abordarlas desde sus raíces y comenzar a mejorarlas. Lejos de ser una forma de complacencia, la autocompasión puede ser simplemente la mejor herramienta de superación personal a nuestra disposición.
4. La autocompasión es egoísta
Tendemos a otorgar un enorme valor a los actos de altruismo y pensamos mal en tomarnos el tiempo para atendernos a nosotros mismos. La sociedad generalmente trata esto como un noble sacrificio, pero algo sucede cuando comenzamos a descuidar nuestro propio bienestar emocional de esta manera. Descubrimos que tenemos menos compasión que ofrecer a los demás y que nuestras reservas emocionales se agotan. Cuanto más nos inclinamos hacia este agotamiento, más estresados, ansiosos y deprimidos estaremos. Incluso entonces, tendemos a castigarnos por “no hacer lo suficiente”. Pero esto reduce aún más nuestra capacidad de servir a los demás. Puede que sea difícil notarlo al principio, pero si investigamos nuestros sentimientos durante los momentos de autocrítica, descubriremos que ser cruel con nosotros mismos es igual de agotador emocionalmente, si no más. Crea una base pobre para que podamos extender la compasión a los demás.
La autocompasión es el antídoto. Al tomarnos el tiempo para tratarnos a nosotros mismos con amabilidad y amor cuando nos sentimos agotados, estamos recargando nuestras reservas emocionales. Entonces podremos volver al mundo y seguir sirviendo a los demás como las mejores versiones de nosotros mismos. Además, como mencionamos, una de las primeras cosas que suceden cuando elegimos practicar la autocompasión es que comenzamos a considerar el dolor de los que nos rodean y a sentirnos conectados con ellos en su sufrimiento. Si podemos hacer eso, podremos serles más útiles cuando llegue el momento de acercarnos y mostrarles la misma compasión que estamos acostumbrados a mostrarnos a nosotros mismos.
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